A sombra
Tengo la desazón de mil caballos dormidos a la intemperie. En mi pecho. Poco a poco. Van muriendo de frío. Los siento morir. Los siento respirar, agitarse, tratar de incorporarse, fracasar. Los siento apelmazarse, arrebujarse, intentar fundirse en el otro, en los otros, perder sus bordes, regalar sus órganos, buscar calor. Los siento latir y luego no. Como manchas que se apagan, dejan de vibrar. Se blanquean. Por dios, se blanquean. Entonces se vuelve a lo que era: el desierto, de noche, sí, acá, en este pecho no puede entrar la luz. Inadmisible. Los caballos se van blanqueando y pierden desaparecen en la arena claramente yo no veo nada pero los movimientos tenues de mi pecho burbujeos y crujires, hinchazones y hundimientos esas estribaciones leves lo delatan. Antes de blanquearse y esfumarse sus caras los cuerpos enmarañados un zoom me muestra ojos vencidos, cerrados. Me asombra, como si nunca hubiera visto animales dormidos, la calma empotrada sin forzamiento una sutileza de rasgos