Puedo verte relucir




Dejé Buenos Aires, lo que siento es un estribillo: 


no te aguanto más, te extraño como loca. 


Tu calor me asfixia, pero tengo Guarida con aire y podemos leer de un tirón Aullido, hablar de grupos literarios, imaginar a Kerouac con su cigarrillo eterno al costado de la boca, precario equilibrio, mientras anota en su cuaderno manchado lo que será On the road. 


Puedo verte relucir pese a todo.


Pasé una noche de fiebre alucinada. Las sábanas eran mortajas mojadas. 40 grados Buenos Aires. No podía abrir bien los ojos y mi única preocupación era cómo iba a leer.


Puedo verte relucir en el fuego del verano del cemento. 


Ahora, en la ruta (así lo habría titulado yo), el aire es fresco y cortante. Toda mi ropa está mal. El cuerpo se comprime y respira. Abre sus bocas, quiero aullar. 

Puedo verte relucir sólo con tus ruidos, editemos las palabras, a veces por ráfagas, venenosas.


Queda Buenos Aires el jardín, te lo encargo sin límites

“with the absolute heart of the poem of life butchered out of their own bodies good to eat a thousand years”.


Puedo verte relucir como si fueras un rayo que destroza el cielo cargado de tormenta, esponjosa, esperada tormenta, cortinas tupidas de agua espejada.


Puedo verte relucir entre el sonido y la furia. 

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