corazón kariVe: el pez dorado



Ni el olor a lluvia (iuvia), tan estridente cuando me acerco a cerrar la ventana, con este temporal que acaba de arrasar, y arrebata mi nariz, ni esa mezcla perfecta de verdor húmedo, asfalto enfríado y ventisca helada, ni el hecho de que esté empapada de gotitas la sien por sacar la cabeza al aire a lunares de agua, puede robarme la mezcla de esencias, tuyas, que me impregnan. Están adentro, eso es. Me recorren o corroen, eso es. De pronto asoman y destilan en mí que entonces muero de sed, de hambre de abrasarte de nuevo. Como si el fuego emergiera de la humedad musgosa que los resquicios de mi cuerpo ardorosamente cultiva. Pasionarias cautivantes, lirios naranjas, girasoles en movimiento perpetuo, ebrios de girar, dientes de león que se despelusan solos para posar cada pelito como un mínimo brazo, haiku, en tu espalda lluviosa, en tu pecho pista de mis manos que se deslizan sin freno, que no saben parar. Así estoy: mis uñas son caracoles que levantaste de la playa y seleccionaste con especial cuidado, con la detención del amor. 


Ahora ando con ráfagas marinas en la punta de mis dedos, y las palmas de las manos despliegan la profundidad del fondo salado, misterioso, del indómito Karive. Karive, te convoco en esta lengua alterada, con la violencia de rompientes múltiples, de rocas irredimibles. En las palmas, boscaje de largas y plumíferas hojas, espirales se revuelven como ojos de buey submarinos. De su centro en rotación, de su ínfimo parpadeo, brotes de algas y estrellas de mar, sólo perfumes, como si botellitas arrojadas con mensajes de olor se destaparan. Creo que nado, que soy un pez dorado, que reluzco en tus aguas que me rodean completa, me entran con naturalidad, me poseen con tesón. Sos mía, murmuran, en estallidos borboteantes en mis oídos, sos mía, y nunca fui de algo, de alguien, nunca fui más que este escabullir adorado que destella, un instantáneo relumbrar, nunca fui bebida agarrada relamida arredrada amarrada sucumbida al océano así. Nunca había distinguido las pepitas del olor con esta intensidad, con esta audacia de la maniobra pirata, del surcador de mares que esconde el cofre preciado, que lo despilfarra. 


Ulises se ató para escuchar el canto de las sirenas. Estoy atada de fragmentos de voz desanudados por los perfumes que diseminaste en la manta de mi ser. Me revestiste de fluir espumante, de encajes ribeteados, tan novia, tan de velos y tules vaporosos. Cómo no enmudecer entonces, cómo no trastabillar cuando intento caminar, cuando intento alcanzarte un corazón que es tuyo, que fue robado, que perdí. Cómo no enfurecer cuando ya no soy mía, cuando mi nombre es la letra que lamés murmurando, cuando en el medio de este a-mar se suscita el peñón inhabitado, hostil, amurallado impenetrable contra el que, pescada, me arrojo.


km. 2015 #corazónkariVe


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